jueves, 12 de mayo de 2016

Imaginemos que llegué a tiempo

Imaginemos que llegué a tiempo y que nunca llegué a comprender que la nostalgia es buscar su boca justo después del orgasmo y saborear su ausencia,
comprender que toda mi hambre se resume a su existencia.

Pensar en ese beso que nunca dejó cosido bajo mi ombligo y relamerme el recuerdo es mi vicio masoquista por no llamarlo putada.

Imaginemos que llegué a tiempo,
que aún seguía en esa habitación vestida de nada,
que desató el nudo de mi pecho y mordió justo donde cabía el amor,
que ardimos cuando clavé mi fuego al calor de su ola,
que se rompió cuando surqué el mar entre sus piernas,
que alcancé su orilla y fue entonces cuando yo rompí deseando ser náufrago.

Que pude contemplarla subiendo por mis piernas,
besándome de esa forma en la que toda la habitación baila,
que me llenó de exclamaciones paseando su lengua por mi cuerpo,
como un perro sin dueño,
con ese instinto animal,
y sólo entonces supe explicar cómo es el cielo.

Que colonicé sus valles y caí en sus precipicios,
que fue justo ahí donde preferí morir a salvarme.

Que la escuché gemir y descubrí la banda sonora del resto de mi vida,
que hicimos el amor,
o mejor dicho,
que él nos hizo.

Imaginemos que llegué a tiempo.

miércoles, 4 de mayo de 2016

El precio de las cosas más hermosas

Aceptar el dolor como el precio de las cosas más hermosas,
como el límite de tu cama o tu cuerpo sobre el mío. 

La frontera entre la enajenación que me producen tus labios
y las manías que tengo en tu cuello.

Tú en mi pupila como el centro de todas mis dianas,
y mi meta en tu torso.

Todos los confines de la tierra situados en la periferia de tu ombligo,
el coto privado de caza en el que se convierten tus manos en contacto con mi cuerpo,
los márgenes de tu espalda desnuda.

Mi naufragio y mi orilla,
ambos en tu boca desafiándose,
donde hallo el vértice entre morir y vivir.

El horizonte de mi vida dentro de tus ojos
y tu pupila como el punto y final de cualquier guerra.

la imprudencia de un desconocido que te mira a los ojos
sin saber lo que vendrá después.

Esa imposibilidad de mostrarse ecuánime con tu presencia,
de no volverse completamente loco.

El contorno de tus manos como línea de llegada,
ese irracional efecto que creas solo con pronunciar mi nombre,
tú,
como mi plan más descabellado pero el predilecto.

Verte marchar
pero aceptar en dolor como el precio de las cosas más hermosas.