Imaginemos que
llegué a tiempo y que nunca llegué a comprender que la nostalgia es buscar su
boca justo después del orgasmo y saborear su ausencia,
comprender que toda
mi hambre se resume a su existencia.
Pensar en ese beso
que nunca dejó cosido bajo mi ombligo y relamerme el recuerdo es mi vicio
masoquista por no llamarlo putada.
Imaginemos que
llegué a tiempo,
que aún seguía en
esa habitación vestida de nada,
que desató el nudo
de mi pecho y mordió justo donde cabía el amor,
que ardimos cuando
clavé mi fuego al calor de su ola,
que se rompió
cuando surqué el mar entre sus piernas,
que alcancé su
orilla y fue entonces cuando yo rompí deseando ser náufrago.
Que pude
contemplarla subiendo por mis piernas,
besándome de esa
forma en la que toda la habitación baila,
que me llenó de
exclamaciones paseando su lengua por mi cuerpo,
como un perro sin
dueño,
con ese instinto
animal,
y sólo entonces
supe explicar cómo es el cielo.
Que colonicé sus
valles y caí en sus precipicios,
que fue justo ahí donde
preferí morir a salvarme.
Que la escuché
gemir y descubrí la banda sonora del resto de mi vida,
que hicimos el
amor,
o mejor dicho,
que él nos hizo.
Imaginemos que
llegué a tiempo.