Aun cuando la noche cambia,
y se convierte tan solo en un
puñado de horas a las que se les ha desvalijado de caricias,
de dedos que se abrazan y de
pieles que se mezclan,
de su carne precipitándose en mis caderas.
Un puñado de horas a las que se
les ha despojado de todo,
menos de recuerdos,
esos que vienen para rememorarme
que hubo noches en las que la ciudad moría ahí fuera,
mientras nosotros,
ardíamos dentro.
Horas en las que todo parece más
viejo,
en las que he contado dos arrugas
nuevas al reloj,
y en las que incluso se van
desdibujando los grafitis del barrio donde un poeta declaraba amor eterno.
Un puñado de horas llenas de
nada,
pero tan llenas de todo,
que aunque toda la poesía duerma
en otra cama,
sé que él,
vuelve a dormir conmigo.
Aun cuando la noche cambia.
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