miércoles, 31 de octubre de 2018

Musas


Ya lo decían otros poetas,
que escribirle a una musa era algo complicado.

Y si hubiera conseguido algún verso,
cómo iba a afinar las cuerdas,
para vibrar en su oído de la misma manera que ella lo hacía vibrar todo.
Que ella me hace vibrar por dentro.

Por dentro,
y por fuera.

Y por donde pisaba claro.
Si la hubierais visto como yo,
habríais ahorrado toda una vida,
para quedaros a vivir en una sola de sus huellas.

Si hubierais visto el eclipse cuando se va,
o su luz pintando cada sombra cuando llega,
si hubierais estado dentro de ella tan solo una vez,
entenderíais lo difícil que resulta vivir fuera,
sintiendo que tus dedos la guardan,
aunque no sea tuya.

Pero eso como voy e explicarlo,
hasta los días de borrasca se hacían más fuertes
cuando ella se dejaba el paraguas en casa.
Supongo que entenderéis con esto
mi necesidad de sus tormentas,
ese fenómeno natural en su cuerpo,
que hace que ame la lluvia.

Y ella que lo sabe bien,
ha olvidado tantos paraguas,
como yo he perdido la cabeza.

Ya lo decían otros poetas,
y que razón llevaban.

Cómo encajar las letras de un idioma tan propio,
tan suyo,
para que unas simples palabras sonaran como su melodía,
no me refiero solo a su risa,
(mi música preferida),
si no hasta su respiración.
Con cada exhalación podría haber hecho un baile,
me hubiera puesto el traje de gala,
y hubiera hecho piruetas con sus inhalaciones.
Os juro que hubiera bailado cada noche.

Sin ella,
los poetas,
dejarían de serlo.

Pero que difícil escribir a una musa,
si no en braille sobre su cuerpo.
He deseado perder la vista un millón de veces,
para poder mirarme por dentro,
porque eso es exactamente lo que consigue,
encender todo lo que no se ve.

Que difícil es escribir a una musa,
y que fácil amarla para toda la vida.

Aunque habrá otros poetas escribiendo a otras musas,
y yo sólo sea un pobre idiota,
escribiendo a una recuerdo.

En la barra de aquel bar


Si tengo que hablar de amor,
escribo mi futuro donde crece su sonrisa,
ese pliegue que hace dudar sobre los pecados capitales,
sobre las creencias,
sobre todo el puto mundo,
menos de ella.

La primera vez que la tuve en frente,
se resolvieron todas mis dudas sobre quién,
y apareció de inmediato este apremio de un porqué.

Esa incógnita atrapada en mi lengua
sobre cada parte de su cuerpo,
si es de esas que son dulces
o más bien sabe a-mar.

Este enigma en la yema de mis dedos,
que me hace desear tocarla,
como se tocan esas mujeres que sabes que son para siempre.

Las manillas de mi reloj esperando que vuelva,
y los latidos sobrepasando ese tempo,
con esa prisa terrenal,
esa urgencia natural de los cuerpos.

La impaciencia apostillada en mis ojos,
ciegos después de ella.

Si tengo que hablar de amor,
advierto que aún no sé ni su nombre,
pero prometo que mi hija se llamará así.

Y juro que solo me hizo falta verla cruzar la puerta de aquel bar,
donde vuelvo cada viernes,
para saber que ella es el poema que escribiría,
si tengo que hablar de amor.